Siempre he tenido algún kilo de más, pero sana. He sido activa: jugaba al golf, fútbol, baloncesto y fui socorrista en la playa...
Me casé, tuve a mis 2 hijos con 15 meses de diferencia y empecé a engordar sin control. El peso durante los embarazos era normal (9 y 12 kilos), se me descontrolaba una vez que daba a luz.
De soltera había trabajado en bares y discotecas, siempre por la noche, y bebía y fumaba. Con el embarazo de mi hijo mayor lo dejé todo: alcohol, tabaco y trabajo.
Al cansarme me fui a vivir al pueblo de mi marido, donde solo tenía a su familia. Me sentía sola encerrada entre las cuatro paredes de mi casa con dos niños pequeños. Siempre he sido muy tímida, así que me costaba relacionarme y hacer amigos.
Cuando me separé (mis hijos tenían 6 y 7 años) empecé a trabajar en hostelería, con 140 kilos no me querían si no era dentro de la cocina. Me encanta cocinar, pero me gustaba más el trato con el público porque, a pesar de ser tímida, soy muy social.
Como tuve problemas con los tendones y no quedé bien de las operaciones, terminé quedándome en casa sin trabajar, dedicando mi tiempo solamente a mi casa e hijos, lo que me hacía visitar más a menudo la nevera. Con 40 años ya estaba en más de 175 kilos de peso.
A finales del 2017 acudí al endocrino con 202 kilos de peso, dispuesta a cambiar mi vida. En este tiempo he bajado algo más de 20 kilos, aunque no me he esforzado tanto como debería, justificando mis retrocesos con todos los altibajos que tiene mi vida.
Desde que ha comenzado el 2019, me he propuesto retomar ciertas rutinas que me beneficiarán, y poco a poco voy haciéndolo. He acabado el año con cuestiones familiares que me han afectado mucho, y estoy empezando el año rodeada de "malas vibraciones", pero sea como fuere he de salir del agujero y luchar contra mi "sumisión" y anteponer mis necesidades al cumplimiento de los deseos de los demás.